La Policía Federal reprimió otra vez a jubilados que reclamaban frente al Congreso. Entre los agredidos, el cura Paco Olveira. “No quieren a Dios ni a su pueblo”, dijo uno de los sacerdotes. Bullrich vuelve a aplicar la ley del garrote.
La postal se repite: miércoles, Congreso, jubilados pidiendo lo mínimo, y del otro lado, gases lacrimógenos y escudos policiales. Esta vez, la violencia alcanzó al padre Francisco “Paco” Olveira, referente del Grupo de Curas en Opción por los Pobres, quien recibió gas pimienta mientras rezaba un padrenuestro junto a manifestantes.
“Se ve que no quieren a Dios, no quieren a la Virgen, no quieren a su pueblo”, relató con impotencia uno de los sacerdotes que acompañaban la movilización. La Policía Federal, bajo la órbita del Ministerio de Seguridad que dirige Patricia Bullrich, aplicó el protocolo antipiquetes con el fervor que ya se volvió costumbre. La orden: evitar el corte de Avenida Rivadavia. El resultado: gases, golpes y heridos.
Otra vez la represión como respuesta
No es la primera vez. La semana pasada, Olveira también fue reprimido y demorado durante media hora. Él mismo denunció la arbitrariedad de las detenciones: “Debería haber estado preso también, pero parece que el cura tiene coronita. ¿Por qué mi compañero fue detenido y yo no, si hicimos lo mismo?”, se preguntó, con ironía amarga.
Intentaban levantar del piso a una jubilada tirada por los propios policías. Uno de los curas fue detenido, y Olveira intentó evitarlo: “Me agarré de él como una lapa. Uno de esos bichitos de mar que se pegan a las rocas”. Esta vez quedó en libertad. Su compañero no.
¿Quiénes son la amenaza?
La imagen de un cura gaseado mientras reza resume el estado actual de las cosas. No es solo represión: es desprecio por la expresión pacífica, por los símbolos religiosos que el mileísmo suele levantar cuando le conviene, y por el pueblo más vulnerable.
“Yo no soy la noticia, los jubilados son la noticia. Piden justicia social y les dan gas pimienta”, dijo Olveira. La frase, que remite directamente a las palabras del Papa Francisco, resume la brutalidad del modelo Bullrich: el que protesta, cobra.
Una mujer terminó con un hematoma en el brazo. Un jubilado fue detenido. El delito: pedir que no los sigan ajustando.
La fe, el hambre y el palo
Mientras Javier Milei tuitea contra “el colectivismo” desde su despacho y se abraza a banqueros internacionales, en la calle los más débiles son tratados como enemigos internos. El protocolo antipiquetes, que nunca se aplicó a empresarios evasores ni a CEOS que fugan millones, parece tener como blanco preferido a jubilados, docentes, curas y mujeres.
La represión del miércoles no es un error ni un exceso: es la política oficial. Y en ella, la fe también puede ser criminalizada si viene acompañada de una demanda justa.